sábado, junio 13, 2009
la mediocridad se ocupa en catalogar
NOTA DEL BLOGGER: Siempre he pensado que la mediocridad es quien se ocupa en catalogar actitudes, gestos, frases y palabras sacadas de contexto y convierte la profesión bibliotecaria en algo siniestro que puede llegar a la estigmatización. Así, por ejemplo, en mi caso personal, he sido tildado como “hijo de terrateniente” (falso, porque mi padre nunca jamás llegó a tal categoría); “niño bitongo” (sinónimo que hoy se podría sustituir como “hijo de papá” para referirse a los vástagos de personajes mayores y menores implicados en el uso y abuso del poder revolucionario cubano); “antisocial” (por tímido e introspectivo, y porque acostumbraba leer en los recesos del Instituto Pre-Universitario, lo que me valió la retirada de la beca de filología inglesa por parte de la Universidad de La Habana); “hippy”; “uno de los peluses”; “sospechoso” (por hacer buen uso del español y no comunicarme utilizando el habla popular, ni el argot de los cheos y guaposos de mi etapa cubana); “políticamente apático” (por no demostrar dinamismo ni hacer exaltación del entusiasmo, porque, simplemente, esas cualidades no van con mi carácter); “contrario al normal desarrollo de las actividades” (etiqueta que me siento ahora mismo totalmente incapaz de comentar, pero de la cual confieso que me siento profundamente orgulloso ya que considero que en ella no intervino verdaderamente la elementalidad del ser humano poderoso sino el poder de alguna ingeniosa mente al servicio de La Mezquindad); “gusano” (que es un honor porque los gusanos siempre se han definido por no engañar a nadie y ser mucho más confiables e inconscientemente valientes que los que se adjudican batallas y heroísmos puntuales: un oportunista se disfraza de muchas cosas pero nunca de “gusano”); molesto, incómodo, de esos que no saben qué hacer con él en los patéticos cócteles, si saludarle o ignorarle, ya se definan ellos como derecha o como nueva izquierda, o como tolerantes, como personas decentes o como clase obrera, que todos son decentes pues para insultar confunden la “decencia” con la “apariencia” o el “comportamiento” o la “actitud”; “hijo de puta”, como me dijo Juan Abreu una vez; el “más radical que todos”, como me bautizó Ernesto Hernández Busto; “lleno de odio”, como solía quejarse la delicada señora de un conocido editor cada vez que se publicaba algún texto mío. Las etiquetas, en fin, pican y se extienden, pero no aburriré al personal con lo que a veces me molesta y otras me distrae, e incluso hasta me provoca y me aboca, y me vuelve propenso —mal utilizando a Lezama— a siempre rizar el rizo de la inconveniencia como si fuera un “enfant terrible” ya viejo y patético pero por dentro siempre joven, hermoso y anárquico.
el titulo de este post hace de link directo al articulo PARECIDOS, y parecidos
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9 comentarios:
José Ingenieros dice que "no hay hombres iguales", y los divide a su vez en tres tipos:
''El hombre inferior, el hombre mediocre y el hombre superior'',
El mediocre
El hombre mediocre es incapaz de usar su imaginación para concebir ideales que le propongan un futuro por el cual luchar. De ahí que se vuelva sumiso a toda rutina, a los prejuicios, a las domesticidades y así se vuelva parte de un rebaño o colectividad, cuyas acciones o motivos no cuestiona, sino que sigue ciegamente. El mediocre es dócil, maleable, ignorante, un ser vegetativo, carente de personalidad, contrario a la perfección, solidario y cómplice de los intereses creados que lo hacen borrego del rebaño social. Vive según las conveniencias y no logra aprender a amar. En su vida acomodaticia se vuelve vil y escéptico, cobarde. Los mediocres no son genios, ni héroes ni santos. Un hombre mediocre no acepta ideas distintas a las que ya ha recibido por tradición (aquí se ve en parte la idea positivista de la época, el hombre como receptor y continuador de la herencia biológica), sin darse cuenta de que justamente las creencias son relativas a quien las cree, pudiendo existir hombres con ideas totalmente contrarias al mismo tiempo. A su vez, el hombre mediocre entra en una lucha contra el idealismo por envidia, intenta opacar desesperadamente toda acción noble, porque sabe que su existencia depende de que el idealista nunca sea reconocido y de que no se ponga por encima de sí. "Cuando la mediocracia encuba pollipavos no tienen atmósfera los aguiluchos".
El idealista
El idealista es un hombre capaz de usar su imaginación para concebir ideales legitimados sólo por la experiencia y se propone seguir quimeras, ideales de perfección muy altos, en los cuales pone su fe, para cambiar el pasado en favor del porvenir; por eso está en continuo proceso de transformación, que se ajusta a las variaciones de la realidad. El idealista contribuye con sus ideales a la evolución social, por ser original y único; se perfila como un ser individualista que no se somete a dogmas morales ni sociales; consiguientemente, los mediocres se le oponen. El idealista es soñador, entusiasta, culto, de personalidad diferente, generoso, indisciplinado contra los dogmáticos. Como un ser afín a lo cualitativo, puede distinguir entre lo mejor y lo peor; no entre el más y el menos, como lo haría el mediocre. Sin los idealistas no habría progreso: su juventud y renovación son constantes. El idealista tiene su propia verdad y no se supedita a la de los otros; no se mueve por criterios acomodaticios, sino según ideales más altos. En cuanto a las circunstancias, su medio, la educación que recibe de otros, las personas que lo tutelan y las cosas que lo rodean, se levanta por encima de ellos: piensa por sí mismo. No busca el éxito, sino la gloria, ya que el éxito es solo momentáneo: tan pronto como llega se va.
José Ingenieros
por que el mediocre no crea
por que vive de las cosas y de los inventos de los demas ya que el mediocre no es capas de crear por que tiene miedo a fracasar pero de que sirve el triunfo sin haber perdido, siempre cuando desarrollamos algo tendra problemas esos problemas son los que nos ayudara a encontrar el error y mejorarlo para ser de nosotros mejores genios y mejores seres humanos. el mediocre no le gusta perder por ello prefiere desbaratar una movilizacion, andar con chismes, poner etiquetas a todos, juzgar ...solo que lo hace como reflejo de su carencia, de lo que posee de malo, traumatizado, y miserable en si. Y que quede claro estoy hablando de Ernesto Hernandez Busto que considera que debe imponernos los penultimos dias de Castro como otros cincuenta años.
Ingenieros actualizado, ahora ni apoya ni esta en contra, simplemente estorba, tergiversa y manipula!!!!
Hay personas que cuando se trata de hacer algo, sólo ponen un poquito de su empeño sin llegar a esforzarse demasiado. No exploran todas sus posibilidades, se conforman con un poco, tienen una intención vaga y superficial para poder lograr su propósito, generalmente se confían demasiado de sus habilidades y de su suerte.Hay otras que simplemente viven al acecho de quienes las hacen para destruir personas y caminos.
Estoy con el autor de esta entrada, muy buena explicacion de David Lago, abajo los cartelitos. Respeto.
El hombre mediocre
José Ingenieros
Individualmente considerada, la mediocridad podrá definirse como una ausencia de características personales que permitan distinguir al individuo en su sociedad. Esta ofrece a todos un mismo fardo de rutinas, prejuicios y domesticidades: Basta reunir cien hombres para que ellos coincidan en lo impersonal.
La personalidad individual comienza en el punto preciso donde cada uno se diferencia de los demás. Por ese motivo, al clasificar los caracteres humanos, se ha comprendido la necesidad de separar a los que carecen de rasgos característicos: productos adventicios del medio, de las circunstancias, de la educación que se les suministra, de las personas que los tutelan, de las cosas que los rodean. "Indiferentes" ha llamado Ribbot a los que viven sin que se advierta su existencia.
Cruzan el mundo a hurtadillas, temerosos de que alguien pueda reprocharles esa osadía de existir en vano, como contrabandistas de la vida.
Y lo son. Aunque los hombres carecemos de misión trascendental sobre la tierra, en cuya superficie vivimos tan naturalmente como la rosa y el gusano, nuestra vida no es digna de ser vivida sino cuando la ennoblece algún ideal: los más altos placeres son inherentes a proponerse una perfección y perseguirla. La vida vale por el uso que de ella hacemos, por las obras que realizamos. No ha vivido más el que cuenta más años, sino el que ha sentido mejor un ideal: las canas denuncian la vejez, pero no dicen cuanta juventud la recedió.
El poder que se maneja, los favores que se mendigan, el dinero que se amasa, las dignidades que se consiguen, tienen cierto valor efímero que puede satisfacer los apetitos del que no lleva en sí mismo, en sus virtudes intrínsecas, las fuerzas morales que embellecen y califican la vida: la afirmación de la propia personalidad y la cantidad de hombría puesta en la dignificación de nuestro yo. Vivir es aprender, para ignorar menos: es amar, para vincularnos a una parte mayor de la naturaleza y de los hombres; es un esfuerzo por mejorarse, un incesante afán de elevación hacia ideales definidos.
Si observamos cualquier sociedad humana, el valor de sus componentes resulta siempre relativo al conjunto: el hombre es un valor social.
Cada individuo es el producto de dos factores: la herencia y la educación. La primera tiende a proveerle de los órganos y las funciones mentales que le transmiten las generaciones precedentes; la segunda es el resultado de las múltiples influencias del medio social en que el individuo está obligado a vivir. Esta acción educativa es, por consiguiente, una adaptación de las tendencias hereditarias a la mentalidad colectiva: una continua aclimatación del individuo en la sociedad.
La imitación desempeña un papel amplísimo, casi exclusivo, en la formación de la personalidad social; la invención produce, en cambio, las variaciones individuales. Aquella es conservadora y actúa creando hábitos; esta es evolutiva y se desarrolla mediante la imaginación. La diversa adaptación de cada individuo a su medio depende del equilibrio entre lo que imita y lo que inventa.
El predominio de la variación determina la originalidad. Variar es ser alguien, diferenciarse es tener un carácter propio, un penacho, grande o pequeño: emblema, al fin, de que no se vive como simple reflejo de los demás. La función capital del hombre mediocre es la paciencia imitativa; la del hombre superior es la imaginación creadora. El mediocre aspira a confundirse en los que le rodean: el original tiende a diferenciarse de ellos. Mientras el uno se concreta a pensar con la cabeza de la sociedad, el otro aspira a pensar con la propia. En ello estriba la desconfianza que suele rodear a los caracteres originales: nada parece tan peligroso como un hombre que aspira a pensar con su cabeza.
¿La continuidad de la vida social sería posible sin esa compacta masa de hombres puramente imitativos, capaces de conservar los hábitos rutinarios que la sociedad les trasfunde mediante la educación? El mediocre no inventa nada, no crea, no empuja, no rompe, no engendra; pero, en cambio, custodia celosamente la armazón de automatismos, prejuicios y dogmas acumulados durante siglos. Su rencor a los creadores compénsase por su resistencia a los destructores. Los hombres sin ideales desempeñan en la historia humana el mismo papel que la herencia en la evolución biológica: conservan y transmiten las variaciones útiles para la continuidad del grupo social.
Su acción sería nula sin el esfuerzo fecundo de los originales, que inventan lo imitado después de ellos. Sin los mediocres no habría estabilidad en las sociedades; pero sin los superiores no puede concebirse el progreso pues la civilización sería inexplicable en una raza constituida por hombres sin iniciativa. Evolucionar es variar; solamente se varía mediante la invención.
Son la minoría, éstos; pero son levaduras de mayorías venideras. Las rutinas defendidas hoy por los mediocres son simples glosas colectivas de ideales, concebidas ayer por hombres originales. El grueso del rebaño social va ocupando, a paso de tortuga, las posiciones atrevidamente conquistadas mucho antes por sus centinelas perdidos en la distancia; y estos ya están muy lejos cuando la masa cree asentar el paso a su retaguardia. Lo que ayer fue ideal contra una rutina, será mañana rutina, a su vez, contra otro ideal. Indefinidamente, porque la perfectibilidad es indefinida.
Los ideales- afirma en "La moral de los idealistas"- pueden no ser verdades; son creencias...y son el instrumento natural de todo progreso humano" Este escritofue publicado en 1913
Gracias intiresnuyu iformatsiyu
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