La publicidad, señores, la deidad contemporánea envuelta en papel de celofán, sigue dictando el destino de la literatura. Ya no importa la calidad, el talento o el esfuerzo: basta con la visibilidad. Quien más ruido haga, más aplausos recibe, aunque sea el eco de una caja de resonancia. La cultura de masas no exige literatura seria, sino espejitos de colores en forma de novelas kitsch, digestibles, ligeras, insulsas, perfectas para el consumo rápido y el olvido inmediato.
Y ahora, a esta muchachita Chanel, con su prosa de escaparate y sus frases de catálogo, la vestirán de musa y la llevarán a París a modelar su gran obra, que seguro se venderá mejor que cualquier perfume Chanel. ¿Y después? Pues una gira, claro está. Invitada a una segunda edición en La Habana de Chanel, con Liz la Machi como madrina de lujo. Si algo ha quedado claro en estos menesteres literarios de hoy, es que la literatura ha quedado solo como un accesorio de temporada.
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