lunes, febrero 17, 2025

muerte de Francisco López Sacha en La Habana

 


Acabo de enterarme por las redes sociales de la muerte de Francisco López Sacha en La Habana. Mis condolencias a sus familiares, porque la muerte, aunque a veces parezca un alivio, siempre deja una herida en los que quedan. Que descanse en paz, si es que la paz es posible en una isla donde hasta los muertos siguen siendo parte del juego político.
No se trata de celebrar ni de lamentar demasiado. La muerte llega y hace su trabajo, implacable, indiferente a los méritos y los pecados. Pero hay algo que no puedo dejar de decir: Sacha fue un fiel escudero de la Revolución Cubana, un defensor de esa cultura que no es más que la coartada estética de un régimen opresor. Predicó un antimperialismo feroz mientras cruzaba el mar para visitar al monstruo y saborear unos buenos sandwiches cubanos. Porque, claro, la ideología es dura, pero el estómago es blando.
No olvidemos tampoco su papel en la feria-fraude del libro en Tampa, donde su presencia oficialista fue la chispa que encendió el fuego de los desencuentros. Fue la manzana de la discordia, el convidado incómodo que vino a recordar que el exilio a veces no es más que una sala de espejos donde la nostalgia y la complicidad bailan un bolero desafinado.
Y ahora, como en una tragicomedia escrita con tinta de olvido, muchos lo elevan al panteón de los héroes. Lo bonito es ver cómo lo vitorean desde el exilio, como si la historia fuera un carrusel donde siempre se vuelve al mismo punto: el de la ingenuidad, la memoria selectiva y la incapacidad de soltar los fantasmas.


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