lunes, marzo 17, 2025

Radio y TV Martí, nido de comunistas

 


Yo sabía que tarde o temprano le iba a tocar. Esto era solo cuestión de tiempo. Si algo ha quedado claro en los últimos años es que esta agencia de noticia federal, que en teoría era anticastrista, terminó convirtiéndose en un refugio de excomunistas reciclados, en un centro de rehabilitación para izquierdistas arrepentidos con ansias de redención.
El truco era sencillo: bastaba con tener un pedigrí revolucionario medianamente respetable—un diploma de alguna universidad cubana, un historial de servicio en Prensa Latina, Granma o Juventud Rebelde—y listo, el camino al contrato estaba expedito. No importaba cuánto hubieras aplaudido en el pasado a Fidel, cuánto hubieras vitoreado las “glorias” de la revolución; lo importante era que ahora te declararas anticastrista y, sobre todo, que lo hicieras con un tono lo suficientemente tibio como para no incomodar demasiado.
Poco a poco, la agencia fue domesticando el discurso. Lo que antes era una retórica feroz contra la dictadura se convirtió en un debate académico sobre los matices del autoritarismo tropical. Las palabras incómodas fueron desapareciendo del vocabulario, las denuncias contundentes fueron reemplazadas por análisis neutrales y las frases más incendiarias fueron suavizadas o, directamente, censuradas. Total, la era de Reagan había quedado atrás y Radio y TV Martí ya no eran bastiones del anticomunismo militante, sino territorios conquistados por una izquierda que, con la astucia de siempre, supo colarse por todas las rendijas hasta tomar el control.
¿El resultado? Un hervidero de amiguismo, nepotismo y favoritismos de toda índole. Una empresa donde las conexiones valían más que el talento, donde los amigos contrataban a los amigos, los esposos a las esposas, los compadres a los compadres, y donde la mediocridad no solo era tolerada, sino celebrada. Entre aplausos y palmaditas en la espalda, la que alguna vez fue una trinchera de la lucha anticastrista terminó convertida en un club social para burócratas con ínfulas de disidentes.
El jueguito no podía durar para siempre. Eventualmente, alguien en Washington se dio cuenta de que estaban tirando el dinero por la ventana y, con la frialdad burocrática de siempre, cerraron el grifo. Se acabaron los fondos, se decretaron recortes y empezó el éxodo forzado. Despidos masivos, oficinas vacías y caras largas. Ahora los mismos que alguna vez se sintieron intocables andan deambulando por ahí, buscando quién los acoja, lamentándose en redes sociales y clamando por justicia, como si no hubieran sido parte del mismo engranaje que terminó devorándolos.

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