Al despertar, Doña Bárbara Valdés se encontró con una sensación extraña, como si el aire alrededor de ella hubiera cambiado. La pequeña habitación, otrora decorada con estanterías repletas de libros cubanos y tazas de café olvidadas, ahora parecía más densa, más pesada, como si una niebla invisible se hubiese asentado sobre ella.
Había llegado a la conclusión de que su vida, antes tan apasionada por la cultura cubana, había entrado en una fase distinta. El reloj en la pared había dejado de ser su aliado, el pulso de los segundos era ahora un eco lejano que competía con las voces que surgían de Martirio TV, la emisora a la que había dedicado tanto de sus esfuerzos. Esa misma emisora que, irónicamente, había pasado a ser su única tabla de salvación. Ya no eran los viejos círculos literarios ni las charlas intelectuales las que la nutrían. Había un contrato jugoso, un programa que la mantenía en la luz artificial de la fama fugaz.
Sentada frente al espejo, miró su reflejo: el rostro, cansado pero con un brillo raro en los ojos, mostraba una mujer en constante transición, como si la realidad misma la estuviera moldeando a su antojo. No había un regreso, no había marcha atrás. Había firmado. Había aceptado la regla tácita que en el fondo siempre había conocido: el que come, calla, y el que calla, sigue adelante. El programa que había comenzado a producirse en la oscuridad de su inconsciente estaba tomando forma.
De repente, una notificación interrumpió el extraño trance en el que se encontraba. Un correo electrónico, con el asunto que la hizo congelarse por un segundo: Ciclón de Ovas revela lista de intelectuales procastristas de Miami, apoya la decisión de Trump de congelar los fondos a Radio Martí y se arma una tremenda polémica.
El correo venía de un remitente anónimo, como una especie de sombra digital que se deslizaba entre las grietas de la red. El mensaje decía:
"Doña, el Ciclón está causando estragos, pero parece que le ha faltado el sentido de la proporción. Está llamando procastristas a todos los que defienden una visión de Cuba diferente a la suya. Cuidado, porque lo que va a provocar no es solo ruido, sino una verdadera tempestad que puede afectarlos a todos."
Doña Bárbara, que en su juventud había sido ferozmente crítica de Martirio TV, ahora se veía atrapada en una ironía grotesca: ella misma estaba dentro de esa misma maquinaria. No podía dejar de reír, pero esa risa no era sana, era la risa amarga de quien ha cambiado de piel y no sabe si le queda bien.
Y entonces, recordó las palabras de su abuelo: “El que no arriesga, no gana.” Esas palabras que una vez le parecieron vacías y que ahora resonaban en su interior como una condena, una condena que había aceptado gustosamente.
Sin embargo, en el silencio de su estudio, pensó en el Ciclón de Ovas, joven intelectual que desbordaba furia, que llamaba antitrumpistas a quienes simplemente pensaban diferente, y que ahora parecía ser el oráculo de la lucha cultural. Con su retórica afilada, el Ciclón había provocado que algunos se alinearan bajo su bandera y que otros se despojaron de la máscara de la moderación. ¿Qué quedaba de ella en este mar de conflictos y polémicas? ¿Acaso aún podría dar una lección sobre la cultura cubana, sobre las raíces, o ya se había perdido en la lucha por el reconocimiento?
Se levantó, y, como si un viento invisible la empujara hacia la ventana, miró hacia el horizonte. La ciudad de Miami, lugar que siempre había visto con escepticismo, parecía ahora más distante que nunca. La imagen de su programa, "La libertad es una librería", revoloteaba en su mente como una bandera deshilachada. Cada vez más, sus palabras se parecían a las de otros, a las de la misma emisora que antes había criticado. La ironía de todo esto no le era ajena. De hecho, la sentía como un peso insoportable sobre sus hombros.
Cerca de la ventana, en una vitrina polvorienta, descansaba un telescopio antiguo que había adquirido en su juventud. Ese telescopio, que había exhibido con tanto orgullo, parecía hoy un símbolo del tiempo perdido. Aunque ya no lo usaba con la misma frecuencia, de vez en cuando le permitía observar, no el cosmos lejano, sino la ciudad que se extendía ante ella: Miami, la jungla urbana llena de promesas y decepciones. En esa tarde, tomó el telescopio con manos temblorosas y lo dirigió hacia el horizonte.
A través de la lente, Miami se desdobló ante ella, un mar de edificios que se fundía con la niebla del atardecer, donde los coches se deslizaban como sombras entre las avenidas. En la distancia, vio el resplandor de Marti Noticias, la emisora que tanto había denigrado, ahora volviendo a sus pantallas, como una tentadora cárcel mediática. La imagen de su programa, "La libertad es una libreria", apareció borrosa en la lente, un reflejo distorsionado de lo que ella pensaba que representaba. La nada cotidiana de su programa —símbolo de la lucha por la cultura cubana— parecía ahora una caricatura que se repetía una y otra vez en la pantalla, proyectada sobre una ciudad que ya no la comprendía.
La ironía, sin embargo, fue aún más profunda: A Martirio TV le habían retirado los fondos de manera abrupta, sin previo aviso, como si la cadena, que antes había sido el motor de la lucha cultural cubana en el exilio, se desmoronara de golpe. Aquellos que antes sostenían el pedestal mediático sobre el que se había erigido la emisora, ahora se veían alejados, dejando a la Doña en la penumbra de la incertidumbre.
Los programas que alguna vez llenaron de orgullo a la comunidad cubana en Miami, que se habían convertido en faros de resistencia ante el olvido, eran ahora apenas ecos de lo que habían sido. El Ciclón de Ovas había dado la campanada, desbordando todo intento de moderación con su narrativa impetuosa, y Martirio TV había caído víctima de la misma locura que él provocaba. El círculo cerrado de la industria mediática cubana en Miami se había transformado en un caos, y la Doña, al igual que muchos otros, fue arrastrada en el remolino.
Lo que más la había desbordado, sin embargo, fue cómo el Moñe, el mismo que había prometido apoyo económico y visibilidad para sus proyectos, había barrido con los fondos, llevándoselos como si nunca hubiera existido ese pacto tácito. Martirio TV, ahora despojada de la impiedad que alguna vez adornó sus programas, se encontraba huérfana de los recursos necesarios para continuar con su misión. De un golpe, todo lo que había sido parte de su vida profesional se desmoronó como un castillo de naipes.
La Doña se sintió traicionada, como si todo aquello por lo que había luchado fuera un espejismo que el Moñe había borrado sin remordimiento. Y la ironía se instalaba en su pecho, como una espina que no podía arrancar: aquel hombre que representaba la nueva oleada del poder cubano en el exilio, ahora la dejaba en la intemperie, relegada a la periferia de una historia que ya no la necesitaba.
Doña Bárbara no pudo evitar sentir un rencor palpable hacia el Moñe. El mismo que una vez le había asegurado apoyo en nombre de Martirio TV, el mismo que había prometido que los fondos para sus proyectos de cultura cubana serían inquebrantables, y que, sin embargo, ahora no solo le había retirado los recursos, sino que había permitido que la emisora quedara despojada de toda impiedad, vacía de la libertad que alguna vez pregonaba. El Moñe, con su actitud fría y calculadora, había barrido con todo lo que ella había construido, llevándose consigo los grants que tanto le habían costado obtener. Era como si él hubiera cerrado una puerta que, antes, ella pensaba que siempre estaría abierta.
Se separó del telescopio, su mente en un torbellino. La ciudad que veía a través de la lente, ese Miami que tanto había querido entender, se había vuelto tan confusa como ella misma. Estaba atrapada en una narrativa que ya no le pertenecía, perdida en la misma maquinaria mediática que había combatido. Las contradicciones se apilaban sobre su conciencia como un muro cada vez más alto. El Ciclón de Ovas, con su ira desenfrenada, la mirada fija en el futuro, parecía ser la figura de la que ya no podía escapar. Su reflejo en la pantalla, la nada cotidiana en Marti Noticias, el programa que repitió hasta la saciedad… Todo le pareció una escena de teatro, una obra cuyo guion no había escrito, pero en la que era la protagonista.
La ventana cerró, y la luz del atardecer se desvaneció. En su lugar, una oscuridad persistente ocupó la habitación, como si el mundo que una vez creyó conocer se hubiera desvanecido en las sombras. Con una última mirada a la ciudad, Doña Bárbara comprendió que, como el Ciclón, era sólo una figura en el paisaje cambiante de la lucha cultural, condenada a repetir una historia que ya no podía controlar. Y en ese momento, comprendió que todo lo que quedaba era la lucha por seguir siendo relevante, aunque ya no tuviera nada nuevo que ofrecer.
El eco de las palabras del Ciclón la alcanzó una vez más: “El que no tiene de congo, tiene de carabalí.” ¿Acaso ella era un carabalí? ¿Un congo? O simplemente, ¿una pieza más en un juego que no lograba comprender?
La respuesta ya no importaba. Lo que quedaba era el reflejo de su propia contradicción, observada desde el mismo telescopio que una vez usó para mirar un mundo lejano, y que ahora parecía más cerca que nunca.
Fue entonces cuando vio al Moñe. Estaba sentado en la sala oval, en un rincón oscuro, rascándose la oreja. Esa oreja que un día había sido atravesada por un disparo en una protesta, un símbolo de los años perdidos y las luchas olvidadas. Su mirada estaba vacía, como si no le importara ya nada de lo que sucediera en la ciudad. Solo el gesto mecánico de rascarse la oreja, como si fuera un tic insostenible, definía su existencia en ese momento.
Doña Bárbara lo observó un segundo, y en su mirada vio el reflejo de su propia confusión. ¿Qué más quedaba por hacer? La respuesta se desvaneció junto con las luces de la ciudad.
Comenzó a recoger la mesa, dejó los libros en un lugar apartado, se puso delante de la computadora y empezó a escribir un artículo para El Debate. No había más nada que decir, ahora le tocaba su turno como escritora. Alzó la cabeza y miró por encima del Sena, recordando una frase que ya le había rondado en la cabeza: "Datos mata relato". El queso mata ratón. El Moñe, la naranja, el dictador. Cambio y fuera...
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