Hombre Invisible (HI): Justo un año después del heroico desembarco del Granma en la Feria Internacional de Tampa —una gesta que, sin lugar a dudas, quedará en los anales de la historia—, los siete intrépidos expedicionarios, liderados por el infalible comisario cultural López Sacha, siguen siendo recordados.
Ahora, el jefe supremo y coordinador de la feria, el subcomandante Alberto Sicilia, ha decidido romper el silencio y revelar los secretos de aquella epopeya. En un acto de transparencia sin precedentes, ha concedido una entrevista al misterioso Hombre Invisible, quien promete arrojar luz sobre las sombras de un relato en el que, digamos, la honestidad no fue precisamente la protagonista.
Alberto Sicilia (AS): Pues sí, un año después, y la gente todavía habla de eso. Siendo honestos, fue un evento memorable… pero no por las razones que hubiésemos querido. Mira, cuando se dice que la cosa fue un desastre, se está siendo generoso. Yo, como coordinador, tenía la misión de que todo saliera bien, pero lo único que conseguimos fue que la feria se convirtiera en una especie de chiste repetido que nadie quería escuchar.
HI: De hecho, usted ha afirmado en varios medios que no sabía nada sobre la comitiva oficial y mucho menos sobre la presencia de López Sacha. ¿Sigue manteniendo esa misma versión un año después, o finalmente se dio cuenta de lo que pasaba?
AS: Bueno, mira, yo sé que la gente se divierte con eso de "no sabía nada", pero la realidad es que no era tan ingenuo. Claro que sabíamos quiénes estaban en la lista de expedicionarios, aunque, para ser sinceros, la lista no fue la más brillante del mundo. Incluía a un viceministro, a Víctor Forwer y a unos cuantos agentes del Centro de Estudios Martianos, pero nunca mencionaron a Sacha. Ahí está el detalle: a Sacha lo metí yo. Fue una gestión personal mía, y lo acepté porque, bueno, Sacha es mi amigo. ¿Qué iba a hacer?
HI: O sea, el comandante Sacha no fue un accidente, sino una "gestión directa". ¿Cómo se formó esa lista y quiénes fueron los que se encargaron de elegir a estos valientes expedicionarios?
AS: Pues, antes de tomar cualquier decisión, tuve una reunión con la Cámara del Libro de Cuba aquí en Tampa. Ellos me dieron varias opciones, pero nunca mencionaron a Sacha. Eso fue algo que hice por mi cuenta, con el Comité Central y la UNEAC, gracias a mi amigo y mecenas Amor, quien no se anduvo con rodeos y se encargó de mover sus hilos. A fin de cuentas, era Sacha, ¿quién podía decir que no?
HI: Y, para no dejarlo en el aire, ¿por qué decidieron mantener todo en secreto? ¿Por qué el desembarco no fue anunciado públicamente?
AS: La idea era evitar que la feria se convirtiera en un "fiasco" total. Sabíamos que si anunciábamos la llegada de la comitiva, la gente se pondría a cuestionar, a criticar y, sinceramente, no estábamos listos para eso. Yo temía que la feria se viniera abajo antes de empezar. Así que, decidimos mantenerlo en silencio, sin anuncios, ni fanfarrias. Si de algo aprendí, es que el silencio a veces vale más que cualquier discurso.
HI: ¿Y cómo recibió la dirección del Partido la idea de la comitiva? ¿Estuvieron a favor, o les pareció otra locura de las suyas?
AS: Ellos vieron en Tampa un bastión, un lugar donde podíamos plantar cara a la "gusanera" cultural de Miami. Y, siendo sincero, no es que sea fan de Miami. No la soporto. Esos escritores mediocres, con sus ideas tan desviadas, no me interesan en lo más mínimo. Tampoco quiero que la feria de Tampa se convierta en otra extensión de esa cultura vacía. Lo mío siempre ha sido construir puentes, pero puentes que conecten con lo que realmente importa, no con el circo mediático que se monta en otras partes.
HI: Entonces, si la feria no era para luchar contra la mediocridad de Miami, ¿por qué invitar a gente como Rene Casanova, Sindo Pacheco, Fernández Pequeño, Denis Fortun, Vázquez Portal, Yovani Medina, Juan Carlos Recio, Joaquín Gálvez y Ángel Velázquez, Luis de la Paz, entre otros? Muchos de ellos no solo son anticastristas, sino seguidores de Trump.
AS: (Ríe con sarcasmo) No, no, no me vengas con Trump, por favor. Esa historia me tiene ya cansado. Yo no comparto ni una gota de su gestión, y a los trumpistas los considero, en su mayoría, unos parásitos ideológicos. Ahora bien, de los que mencionas, algunos son amigos míos de toda la vida, son anti-trumpistas y siempre han sido admiradores de la inclusividad. Aquí no se trataba de política, sino de hacer cultura. ¿Que algunos de ellos se encuadran en otras posiciones? Pues sí, pero tampoco se puede ser tan purista en estos tiempos.
HI: Ah, claro, todo en nombre de la inclusividad, ¿no? Y, ¿qué tal la respuesta del público y de los presentes?
AS: Las reacciones, como era de esperar, no se hicieron esperar. Muchos se desbordaron, sobre todo con la presencia de Sacha, claro. La gente empezó a lanzar críticas, pero bueno, ya era demasiado tarde para cambiar nada. En fin, como siempre, hay fotos y chismes, ¿qué más da? Hay una foto que muestra a varios de los presentes, entre ellos Sacha, tomando cerveza en un coche. ¿Qué opinas de eso?
AS: Lo primero es que la amistad no tiene fronteras. ¿Qué hay de malo en tomar una cerveza entre amigos? La feria no se trataba de ideologías. Lo importante era compartir, hablar de cultura, no pontificar sobre quién es más comunista o más capitalista. A veces, las críticas son simplemente un reflejo de lo que algunos no quieren ver: la unidad y la amistad por encima de cualquier barrera.
HI: Entonces, si el Che es una figura que sigue teniendo un lugar en su corazón, ¿por qué, en su opinión, no pudo la revolución mantener esa estampa de "sabio intelectual"? ¿Qué pasó con todo eso de la cultura y el compromiso revolucionario?
AS: Mira, en su momento, el Che representaba algo más que una simple imagen en una camiseta. Era alguien que tenía una visión, una idea. Recuerdo que, en Cuba, el Camión Verde era nuestro. Mi padre y yo manejábamos ese camión de pasaje, y esa idea de "mover al pueblo" era muy real. Es más, pensaba en llamarlo el Caimán Verde por la dureza de la vida, pero, ¿sabes qué? Dejé que el camión siguiera con ese nombre, porque, en el fondo, había algo que me ataba a esa revolución de los primeros días, como un eco lejano. Los años pasaron y algunas cosas empezaron a joderme la vida, claro. El Periodo Especial fue un golpe de realidad para todos, pero de ahí a que se me ocurriera hacerme disidente… eso no pasó nunca. Lo que me molestaba no era la revolución en sí, sino cómo algunas cosas empezaron a torcerse, a volverse demasiado rígidas, y, peor aún, cómo se olvidaron de la cultura que se había promovido en sus primeras etapas. No me pasó por la cabeza traicionar lo que había sido parte de mi vida, ni irme a esconder en un rincón de la disidencia. Lo que siempre quise fue corregir los errores, no escupir sobre todo lo que habíamos construido.
HI: Pero, ¿no le parece que esa fidelidad ciega a la revolución es lo que nos lleva a quedarnos atrapados en un ciclo de repeticiones vacías? Me refiero, a veces da la impresión de que la cultura se reduce a esos momentos estancados, repetidos una y otra vez como un disco rayado. ¿Es ese el tipo de "sabio intelectual" que uno acaba venerando? ¿El que no puede mirar más allá de lo que se le impone?
AS: Es una crítica válida, la verdad. Quizás fue un poco de ceguera, de quedarnos anclados en una visión que al principio era una promesa de libertad, de renovación. Pero claro, el "sabio intelectual" también fue parte del sistema, y dentro de ese sistema había un límite, un espacio muy pequeño para la disidencia interna. En mi caso, el compromiso no fue con la idea de destruir la revolución, sino de preservarla, pero no a costa de todo. Hay algo que, sí, se fue perdiendo: la capacidad de cuestionar, de mirar al futuro con más apertura, de ser verdaderamente críticos. Quienes se quedaron con esa idea rígida de “la revolución o nada” fueron, de alguna forma, los que nos metieron en ese ciclo. Pero también está la otra cara, la de quienes intentaron mantener esa chispa creativa, aunque, como dices, a veces parezca que todo se estancó. No sé si eso hace que lo que quedaba de la cultura revolucionaria sea más valioso o más triste.
HI: Pero el camión, ese Caimán Verde que terminó siendo solo el "Camión Verde"... ¿es eso todo lo que queda? ¿Una referencia nostálgica, sin más? ¿Un monumento a un fracaso de imaginación?
AS: ¡Oh, el camión! Esa imagen, como muchas otras de esos tiempos, se quedó pegada. Lo llamamos el "Camión Verde" porque era eso, simplemente un vehículo que transportaba a la gente, pero en su momento, parecía que era mucho más. Es como un símbolo de esos ideales que, hoy en día, ya no tienen la misma fuerza. La gente que montaba ese camión no sabía lo que significaba más allá de ser un medio para llegar a donde se necesitaba. Pero sí, en retrospectiva, y con todos los años encima, uno se pregunta si todo aquello era solo un símbolo vacío, un recuerdo que se disuelve con el tiempo. Es esa lucha interna entre lo que creíamos y lo que finalmente se nos dio, entre lo que queríamos y lo que nos tocó vivir. Eso es lo que me hace pensar si todo fue un truco de la imaginación o si, en su momento, realmente fue algo transformador.
HI: Entonces, ¿la cultura sigue siendo una revolución a medias? ¿El mismo cuento de siempre, pero ahora con menos gasolina y más nostalgia?
AS: Bueno, en parte sí. La cultura, ese motor que impulsaba todo, terminó siendo el chivo expiatorio de un sistema que, con el paso del tiempo, empezó a ver la crítica como algo peligroso. Lo que se suponía que fuera una renovación constante, un espacio para la creación y el cuestionamiento, terminó siendo una casa de cristal donde solo algunos podían bailar alrededor del fuego. ¿Y la gasolina? Claro que se acabó, pero la nostalgia… esa sigue ahí, alimentada por los recuerdos, las viejas canciones y las fotos en sepia de lo que un día fue. Lo que pasa es que, a veces, no basta con mirar atrás y repetir las mismas palabras de aquellos que ya no están. Hay que saber cómo adaptarse y dar el siguiente paso. Pero, ¿quién quiere dar ese paso cuando las condiciones no están dadas para más que una repetición inútil?
HI: Quizás ese es el verdadero problema: el miedo al cambio. No se trata solo de la nostalgia, sino de lo que no nos atrevemos a dejar ir.
AS: Exacto. El miedo al cambio es lo que nos tiene atrapados, mirando por el retrovisor mientras el futuro nos pasa de largo. La revolución, en su momento, fue un salto hacia lo desconocido. Hoy, ese salto parece haber desaparecido y lo que tenemos son sombras de lo que fuimos, atrapados en una máquina que sigue dando vueltas sin sentido. Quizás, al final, el camión verde, el Caimán Verde... no era solo un vehículo de pasaje, sino una metáfora de cómo nos seguimos moviendo, pero sin saber exactamente hacia dónde vamos.
HI: Hablando de unidad, ¿qué papel jugó la comisión organizadora, y especialmente Gabriel Cartaya?
AS: Cartaya… mi escudero, mi hombre de confianza. El tipo ha estado ahí siempre, a mi lado. Fue el que se encargó de coordinar todo con Cuba, de asegurarse de que la comitiva llegara bien, de que todo estuviera en orden. Sin él, este lío no hubiese tenido ni la mitad de éxito. Si hoy seguimos respirando en medio de este caos cultural, es gracias a él.
HI: ¿Y qué pasa con la feria de este año? ¿Habrá algo en Tampa?
AS: Este año, ni hablar. No va a haber feria en Tampa. Hasta ahora no hay nada decidido. Con Trump todo ha empeorado: no hay fondos. Y lo peor de todo es que el principal mecenas, Bichile, ha muerto. Mi amigo Amor está perdido en la maraña de este lío, más preocupado por sus negocios con el régimen que por la cultura. Cartaya y yo nos estamos reinventando, organizando lecturas por aquí y por allá para evitar que el desastre sea aún mayor.
HI: Para terminar, ¿algún mensaje final que quiera dejar?
AS: Pues sí, a pesar de todo, seguimos adelante. Como siempre, hay un compromiso con la cultura, con la unidad, con lo que realmente importa. Y aunque los obstáculos sean muchos, nosotros seguimos firmes.
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