sábado, marzo 09, 2024

María Corina en VENEZUELA, la Carolina Barrero cubana, dos pajarracas de la misma telaraña de Rafael Rojas.

 


 María Corina en VENEZUELA, la Carolina Barrero cubana, dos pajarracas de la misma telaraña de Rafael Rojas.

Proyecto idéntico, un paquete zurdo con cintas rojas para alargar la dictadura, mientras oficialmente llueve fama, dinero y pasan por heroínas. Cubanos de 'nueva oposición, reformista' basan su influencia en que son' buenos ingenieros de alma', logran exterminar al exilio, cualquier intento de sacudirse al tirano, de paso, acusan a los que desean la caída del régimen como obsoletos, absurdos, extremistas. Salvo ellos que pueden mejorar el socialismo del centro a la esquina, el resto, venezolanos y cubanos, isla hambrienta como exilio, presos como inconformes y desesperados, somos tanquetas de envidiosos rellenitos hasta el tope de odio.

María Corina, VENEZUELA, la Carolina Barrero cubana son dos paràsitas de la misma tela de araña de Rafael Rojas. Se pasean por tribunas como 'presidenciables", son recibidas por los grandes tontos europeos y el congreso americano, con frases de elogio. Son financiadas, formadas para la política sin rival, intocables como tal en el totalitarismo que controla ONg Medios de prensa y dirige un espiritista que concede premios a nivel internacional. Ambas saben que no hay elecciones libres en dictadura, pero oficializan 'cierta democracia mejorable' alargan el sistema represor y se dan buena vida.

Se llaman Ingenieros sociales. Rafael Rojas explica, en tono 'posverdad hasta la tranca', su trabajo: achaca el Mal al PROGRAMA de adoctrinamiento reformista de la izquierda, del cual es precisamente una de las cabezas principales. Letra a letra define a los ingenieros que creó, por supuesto, como cualquier zurdo afirma que la paja se forma por el derrame de ignorancia y extremismo de la derecha. En definitiva, la plebe no existe, el protestón que no se sume desaparece, y el intelectual insumiso va directo a la hoguera. El jefe de la Inquisición cubana opositora de mentirita y entretenimiento lanza bola, si aprecian lo que precisamente él hace, pues el artículo le justifica en el futuro que nunca llega. Se puede tener GRADO de Rojo, este titila de rojas estrellitas.

SE PUEDE SER MAS TóXICO? Ni en el fondo de un volcàn. En el estancamiento dictatorial no existen elecciones, no se avista democracia, nadan hambruna y miseria de pueblos. Rojas estremece de degradaciôn.  Planta el programa de artistas, los convierte 'en éxitosos ingenieros 'influyentes',  'milagrosos disidentes',  'perseguidos' que escapan con visa instantànea y taxi oficial hasta el aeropuerto, premiados por rascarse.

Rojas eriza de degradaciôn.  Su PROYECTO 'mejoremos las conquistas fidelistas' avanza lento, pero esa es su finalidad, extender el abuso y criticarlo con buen salario en el exterior que dure para pagar casa, carro y estudios .  En buen zurdo publica el  artículo, manipula, 'mira, se cayó de la cama y ha tenido la revelación de los ingenieros'. La 'manuela'  de izquierda que publica excusa a su éjercito como futuro presidenciable y no escatima ofrenda para llevarlos al altar. Oh, tremendo orgullo, estamos ante el mayor ocultistamísticoesotéricomédiumpitoniso,  visionario de la #continuidad.

"Hay un punto de máximo riesgo en una democracia y es fácil identificarlo: cuando aparecen los ingenieros de almas. Recuerda Robert Darnton en Censores trabajando (2014) que esa noción pasó del zhdanovismo stalinista a la política cultural de los socialismos reales de toda Europa del Este, incluyendo la Alemania oriental hasta bien entrados los años 80 del pasado siglo.

Como bien apuntaba Darnton en aquel libro, la idea de que un grupo de burócratas puede administrar la cultura, limitando la autonomía del campo intelectual, no es exclusivamente comunista. Existió en la Francia borbónica del siglo XVIII y en la Gran Bretaña whig del siglo XIX, en los Estados Unidos bajo el anticomunismo macartista y en el México del PRI.

La pretensión de gobernar las artes y la literatura, las humanidades y las ciencias sociales, desde una casta de funcionarios, está ligada a un concepto maleable de ideología de Estado. Cuando ese funcionariado piensa que la ideología debe regir la cultura, para evitar desvíos críticos que, por lo general, se asocian con fallas éticas, estamos en presencia de un tipo de política cultural autoritaria.

Stalin entendía por ingeniero de almas al típico intelectual orgánico. A su juicio, que ese intelectual fuera un escritor o un artista respetado era una ventaja. Pero reconocía que era poco probable que alguien como Máximo Gorki o Ilya Ehrenburg se convirtiera en un cabal comisario de la cultura. Era preciso echar mano de los Lunacharski, los Zhdanov y los Yakovlev, que con apoyo del Buró Político establecían un criterio de autoridad que subordinaba a la intelectualidad soviética.

La democratización de los años 80 quebró ese modelo en los socialismos reales. Pero nuevas formas de ideología de Estado y, con ellas, nuevas castas de ingenieros de almas han aparecido, en las últimas décadas, en la izquierda global. Lo vimos en América Latina, bajo los regímenes bolivarianos, donde la autonomía del campo intelectual fue objeto de un acotamiento pertinaz que, en algunos casos, como Venezuela, destruyó instituciones académicas y culturales del mayor prestigio como la Universidad Central, la Biblioteca Ayacucho o el Premio Rómulo Gallegos.

Los ingenieros de almas ahora forman un ejército mediático que dinamita la independencia de la cultura. Dado que para ellos la cultura no es otra cosa que la ideología misma, el blanco de su ataque es la jerarquía intelectual que se produce al margen del poder, sea por el mérito, la virtud o el reconocimiento. La ingeniería de almas esgrime su propia jerarquía, su propio canon, que responde a la ideología oficial.

Académicos y artistas, escritores y científicos, que deben su autoridad al criterio de sus comunidades, son siempre un objetivo prioritario de los ingenieros de almas. Como una función central de éstos es fabricar enemigos del pueblo, quienes no deben su legitimidad al Estado, aunque dependan del erario, se vuelven más vulnerables."

Publicación original en La Razón de México






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