Por Rogelio García
Llegan de Cuba, no por razones políticas, sino porque el estómago no entiende de ideologías. Sus maletas, repletas de premios, reconocimientos y libros de la islita, casi no cierran. Lo único que saben hacer es escribir y quejarse, dos habilidades muy útiles en el feroz mundo capitalista, donde la moledora de carne espera con los brazos abiertos.
¡Ah, el resentimiento! Esa fuerza mágica que les ayuda a flotar en un mar de adversidades, llevándolos a una vida de eternos aplastados y subyugados. Del hambre en la isla, pasan a una servidumbre paranoica, sintiéndose como desvalidos maltratados en un suelo que parece decirles: "Aquí no se escribe a tus anchas".
Y ahora, en el colmo de los colmos, después de que el viejo senil dimitiera, piden a gritos que la prieta se convierta en presidenta. "¡A gozar se ha dicho!", exclaman con ironía, como si el cambio de mando fuera la solución mágica a todos sus problemas.
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