martes, enero 28, 2025

El cuartico está igualito tanto en Cuba como en los solares intelectuales miamenses

 


El cuartico está igualito

Por Rufino, reeinventado

La moralización de la vida política de los socialistas lawtonianos, ha resultado ser un brillante éxito... si el objetivo era demostrar que se puede hacer peor que el régimen al que supuestamente combaten. Claro, ellos prometieron un "nuevo mundo", pero, ¡qué sorpresa!, nos entregaron una caricatura barata del viejo. Y no cualquier caricatura, sino una que mezcla ineptitud con cinismo, una especie de Frankenstein político para deleite de nadie.

Hablar de "desilusión" en este contexto es casi un chiste. Ser desilusionado implica que alguna vez tuviste esperanza, aunque fuera una pizca, en algo o alguien. Pero no nos engañemos: aquí la mayoría lleva años sin creer ni en su sombra. Si algún optimista pensó que la oposición O sería el faro de la democracia cubana, se llevó un reality show de traiciones y promesas incumplidas. A estas alturas, el único consenso parece ser que ya nadie se molesta ni en disimular.

Desde 2009, nos tienen en una especie de novela por entregas de escándalos políticos. Uno cada 15 días, porque, claro, la constancia es importante. Hay que aplaudirles la creatividad: han logrado que el grotesco se sienta monótono, que el descaro sea rutina y que la indecencia sea casi entrañable.

La comunicación, ese noble oficio, ha sido reducido a un barrizal donde todo vale. Lo que antes se escribía con ingenio y compromiso ahora es un panfleto que no resiste ni un meme. Mientras tanto, las últimas ONG y sus líderes actúan como una especie de club privado donde la pluralidad es tan bienvenida como una cucaracha en un restaurante. Lo curioso es que ni siquiera tienen seguidores reales, pero sí un talento innato para aburrir y confundir.

El panorama cultural no se queda atrás. Ya no se busca crear algo memorable, sino acumular premios mediocres y likes en redes sociales. Y cuando no hay talento, siempre queda el recurso infalible: la victimización. En este circo, el que más grita, más cobra.

¿Recuerdan cuando los medios eran una herramienta para denunciar injusticias? Ahora son una máquina de reciclaje de rumores y verdades a medias. Las redes sociales no ayudan; lo que era indignante hace años hoy solo provoca bostezos. Mientras tanto, los “superhéroes del exilio” se pasean por Miami como si fueran estrellas de rock, colaborando, quién sabe cómo, con un régimen que supuestamente combaten.

Y no hablemos del cubano de a pie, porque ese ya ni figura en la narrativa. Es como si la historia se hubiera reducido a una telenovela protagonizada por políticos mediocres y sus “influencers” favoritos.

A estas alturas, ser inocente es casi un acto de rebeldía. La realidad es tan absurda que cualquier intento de tomársela en serio parece un chiste. El “Gabinete Negro” sigue siendo el amo y señor del juego, y los opositores no son más que peones que creen ser reyes.

Por supuesto, nadie espera que esta tropa admita sus errores. La palabra mea culpa no está en su vocabulario. ¿Para qué reconocer que llevan décadas vendiendo humo y acumulando fracasos? Es mucho más cómodo culpar al sistema, a los otros, o, mejor aún, a los astros.

¿Y qué decir de los intelectuales? Los nobles guardianes del saber, ahora convertidos en freelancers de la mediocridad. Sus grandes logros consisten en aparecer en publicaciones irrelevantes y acumular menciones en congresos que nadie recuerda. Algunos incluso han hecho carrera como "escritores políticos por victimismo", una categoría que ya debería tener su propio premio.

Mientras tanto, los que de verdad triunfan son los que saben moverse entre grants y contactos con figuras como Soros. Estos genios del networking han convertido el activismo en una industria donde la palabra “ética” es solo un adorno.

¿Qué nos queda? Un pueblo que envejece en la miseria, viendo cómo su cultura y su esperanza son devoradas por esta maquinaria grotesca. Mientras tanto, los lawtonianos, con su sonrisa cínica y su retórica vacía, siguen proclamándose los salvadores de una Cuba que ya no los escucha.

Si esto es el futuro, mejor volvamos al pasado, porque al menos ahí las cosas eran malas, pero no ridículas.



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