miércoles, octubre 02, 2024

GANGA DE luminariaS




 por ROGELIO GARCIA


Le ronca la berenjena. Uno de los vicios más entrañables de los reseñistas cubanos es esa manía inevitable de querer comparar al autor de turno con alguna luminaria de la literatura mundial, como si eso pudiera salvar a alguien del olvido.
Desde tiempos inmemoriales, claro, se practica el noble arte de juntar retazos de textos escritos en épocas dispersas, armando libros que parecen más bien colchas de retazos. Pero, comparar al creador de «Cuba, qué linda es Cuba» con un premio Nobel, eso ya es de antología. Es como servir una caramelada de ají guaguao y esperar que no te pique.
Por mi parte, me lancé a las redes para echar un vistazo a esos textos que forman el susodicho libro, y solo puedo decir que considerar al autor como un "prosista le ronca la berenjena" es, cuanto menos, generoso. Siendo honestos, es plano, tan corriente que se confunde con el fondo. Ahora, querer subirlo al Olimpo de un Ponte, eso sí es un chiste digno de carnaval.
No hace falta decir más, pero me atrevo: nada nuevo bajo el sol. Lo mismo de siempre, sobre la trova cubana y los poetas de ese sol emergente llamado Miami. Lo curioso es que, en estos círculos de escritores anticastristas, siempre se escucha a Silvio y Pablo... pero claro, a escondidas, no vaya a ser que les caiga alguna maldición.
"Aurea mediocritas, sed clam vates audiuntur."

“¡Cuídate, Cuba, de tu propia Cuba!”, un compendio de lúcidos y certeros artículos POR MANUEL C. DÍAZ ESPECIAL/EL NUEVO HERALD Read more at: https://www.elnuevoherald.com/vivir-mejor/artes-letras/article292910809.html#storylink=cpy

evidente desesperación

 


por ROGELIO GARCIA

Alguien, en un acto de evidente desesperación o desvarío, me ha enviado una nota de prensa por mensajería sin una sola justificación. Presumo que es puro desconcierto, porque los escritores cubiches ya están hasta la coronilla de premios y concursos.

En esta ocasión particular, se toman la molestia de sarmonear sobre el genio de un escritor checo, como si eso fuera a cambiar algo. Hace años que las gavetas de los escritores cubanos no guardan más que cucarachas y escarabajos. Y, para colmo, aparece un señor de origen asiático, descendiente de los fundadores del querido barrio chino de La Habana, que tras saltar de país en país con su maletín lleno de papeles diasporeros, llegó a Checoslovaquia y decidió quedarse.
Lo realmente curioso es que el famoso premio de novela de gaveta resulta ser una especie de Matrix, versión tropical y literaria, cortesía de las hermanas Wachowski. Ahora el dúo dinámico que promueve el gaveteo lo hace, cómo no, para seguir animando a los escritores del archipiélago, como si eso fuera necesario.
Fuentes fidedignas, o al menos así se autoproclaman, aseguran que los editores tienen una lista bien guardada, con los nombres de los elegidos para recibir el premio año tras año. En realidad, nadie concursa. Desde que se fundó el galardón, el destino ya está sellado hasta el 2030. Muy al estilo de Matrix, claro, el "Fafka de gaveta" está bajo los férreos tentáculos de la incubadora pregense-cubiche.
Pero lo que realmente llama la atención —agárrate— es que el premio de 2024 ha sido otorgado a un viejo de casi 80 años que vive en algún rincón perdido de América del Sur: nadie sabe si su obra es una novela, un cuento, una crónica o un rejunte de correos electrónicos reveladores de la metodologia literaria. Esto, evidentemente, sólo refuerza el ceremonial de Veguita. Porque, claro, todos los que han ganado el premio tienen una deuda pendiente con el empaquetador de Publix.
En fin, este desvarío colectivo no tiene nada que ver con el legado de Kafka, cuya obra, por cierto, no tiene ni una pizca de semejanza con la esquizofrenia desenfrenada del diarielista mayor de la vanguardia literaria cubana.

martes, octubre 01, 2024

Esta manía de la rendija.

 


 por ROGELIO GARCIA

Lunes de reflexiones
Cuando alguien decide reunir en un solo paquete trabajos tan variados como los que tenemos aquí, sin una pizca de coherencia temática, la única manera de justificar el desorden es con una supuesta intención unificadora. Y esa intención, nos dicen, es la narrativa fluida, la transgresión de géneros narrativos. Pero no te preocupes, porque, al parecer, lo importante no es lo que se dice, sino cómo se dice. En otras palabras, no importa que los contenidos sean un lío, lo que realmente cuenta es la actitud con la que se afrontan las cosas. Es como decir que el estilo lo es todo, el contenido... bueno, eso es negociable.
Las corrientes narrativas pueden estar en conflicto perpetuo, ninguna tiene la verdad absoluta (¿y quién la necesita?), pero siempre hay algo que sobrevive al naufragio: el proceso. Lo cual es un alivio, porque si dependiéramos de los dogmas, esto sería un desastre. Así que la literatura se nos presenta no como un cúmulo de respuestas definitivas, sino como un interminable desfile de preguntas y posturas que, si bien nunca se ponen de acuerdo, al menos nos mantienen entretenidos. Todo esto gracias a una flexibilidad que solo un narrador podría admirar.
Esta manía moderna de separar el proceso de los resultados es casi un arte. Piensa en la ética de la pura forma, donde lo que importa es la intención, no lo que realmente haces. Otros nos dicen que lo único que importa es la vida misma, esa fuerza creativa que genera sentido mientras improvisa. En fin, lo funcional es lo que cuenta; el contenido es secundario, algo que puede cambiar según sople el viento literario del momento. Ahora podemos saltar de un contenido a otro sin preocuparnos por la consistencia. De hecho, se nos invita a celebrar esa flexibilidad como si fuera una virtud.
Podemos entonces considerar el impulso narrativo, ese afán de mirar más allá de lo evidente, como algo valioso en sí mismo, independientemente de que nos lleve a conclusiones válidas o no. Es más, cuanto más vagamos, más libres somos. ¿A quién le importa si no encontramos respuestas claras? La idea es disfrutar del paseo. La literatura ya no es una búsqueda de verdades absolutas, sino un paseo relajado por los laberintos de la mente, donde cada recodo puede ofrecer una vista distinta, pero ninguna es más válida que la anterior.
Y sí, la historia nos enseña que aferrarse a un sistema rígido de narraciones solo logra dejar fuera un montón de cosas interesantes. Es como intentar ver el universo a través de una rendija. ¿Por qué limitarse a eso cuando podemos abrir la ventana de par en par y ver todo el panorama? Ningún fenómeno, por pequeño que sea, debería escapar al ojo del narrador. ¡Pero cuidado! No te fíes de esos principios absolutos, porque lo más probable es que solo te estén frenando. La verdadera diversión está en mantenerse en movimiento, saltando de un tema a otro como quien cambia de canal buscando algo interesante en la televisión.
Este enfoque más laxo nos permite ver que no es necesario seguir una única dirección en nuestra reflexión. A veces, nos inclinamos hacia el panteísmo, otras veces hacia el individualismo. ¡Incluso podemos flirtear con el idealismo o el realismo según el día! En realidad, el camino narrativo no es una autopista recta, sino más bien un sendero lleno de curvas y desvíos que nos llevan por todo tipo de terrenos, cada uno con su encanto.
Así que, ¿a qué conclusión llegamos? Bueno, en realidad no hay una conclusión final, lo que tiene sentido, dado que la literatura no es un destino sino un viaje interminable. No se trata de llegar a ninguna parte, sino de disfrutar del camino, explorando cada rincón del relato con la libertad de quien no está atado a ninguna idea en particular. De hecho, si alguna vez alguien te dice que ha encontrado la verdad narrativa definitiva, lo mejor que puedes hacer es sonreír y seguir caminando en la dirección opuesta.