es lo que estaban buscando, Jorge, millones dedicados a inventar una seudocultura elitista de izquierda, que divide aûn màs las creaciones de cubanos y, de paso, entierre a los artistas del exilio.
Lo mismo 8 que 88
Por M Aldito Menéndez.
Hace unos días la revista británica Art Review colocó a los integrantes del Movimiento San Isidro y 27N en el puesto número 88 de su ranking “Power 100” de los artistas más influyentes del mundo en 2021… y enseguida todos los guanajatabeyes de la aldea cultural cubana -incluyendo a Rialta, Árbol Invertido, Archipiélago y El Estornudo, entre otros izquierdosos travestidos de opositores- se alborotaron. Imagínense, si lo dice una revista inglesa debe ser verdad; pensaron los recolectores y fumadores de cohibas, ignorantes de que la susodicha publicación es más china que británica y más roja que un Bloody Mary. Se le ve el plumero desde los años 60, cuando permitió que algunos críticos de arte alabaran en sus páginas los méritos del realismo socialista soviético y ya no pararon de criticar al neocolonialismo capitalista y de ensalzar a las culturas no alineadas y emergentes del tercer mundo y bla, bla, bla, hasta que en 2018 se deschavaron por completo y dedicaron un número entero al legado de la Internacional Situacionista (esa especie de marxismo para intelectuales, feministas y LGTBIQ que tanto gusta a los niñatos de la farándula artística habanera), y un año más tarde la revista fue definitivamente adquirida por Modern Media Holdings; multimillonaria plataforma multimedia china que se dedica a comprar medios informativos, artísticos y tecnológicos por todo el mundo con el disimulado objeto de maquillar la imagen internacional del gigante asiático y, al mismo tiempo, perjudicar la de Occidente.
Argumenta el libelo comunistoide euroasiático que el 11 de Julio marcó un antes y un después en la historia de Cuba e insinúan que los artistas de San Isidro y el 27N fueron sus impulsores; lo cual es una talla súper jorobá -expresión popular cubana que señala una manipulación del lenguaje con propósitos turbios-; pues si bien es cierto que las múltiples y masivas protestas que ocurrieron el 11 de Julio de 2021 a lo largo de toda la isla tuvieron una magnitud sin precedentes en la historia de las luchas del pueblo cubano contra la tiranía castrista, es totalmente falso que ningún artista o intelectual tuviera algo que ver con su organización o algún protagonismo durante los hechos. La amigable y apacible sentada del 27 de Noviembre en el portal del Ministerio de Cultura, rogando sin carteles ni pancartas más derechos culturales para el gremio de artistas, y más parecida a la foto grupal de una reunión sindical que a una protesta, no tuvo repercusión fuera del mundillo intelectual cubano y mucho menos inspiró al asfixiado y desesperado pueblo cubano a lanzarse a las calles para exigir con firmeza libertad, comida y medicinas. Por otra parte, Otero Alcántara -el monitor de aeróbic que dice ser artista y llama Movimiento a la gente que visita su casa en la calle San Isidro- se enteró de las protestas del 11J como todo el mundo, cuando las noticias llegaron a las redes, y así lo dijo en un vídeo que colgó ese día, en el que anuncia que saldría inmediatamente para la calle a sumarse a las marchas populares; aunque nadie le vio un pelo en las mismas. Supuestamente fue detenido por la policía no más salir de su casa y desde entonces se encuentra en la cárcel; pero de eso tampoco hay pruebas ni testigos.
Y no es el único que se hace el preso para ver el entierro que le hacen: Hamlet Lavastida afirma haber estado prisionero en Villa Marista, la sede del G2 o policía política castrista, pero nadie lo vio entrar o salir del edificio ni tuvo compañeros de celda que atestigüen su estancia. Y Tania Bruguera, esa otra artista que no pinta e intelectual que no escribe, de ideas feministas y socialistas por más señas, insiste en que sufrió arresto domiciliario durante meses y que el G2 mantuvo decenas de patrullas y policías frente a su casa para impedirle salir a la calle; sin embargo, cosa extraña, nunca se le ocurrió hacer una foto de dicho fenómeno.
Pero volviendo a la dichosa lista, afirma Art Review que se elabora mediante las aportaciones de más de 30 panelistas y colaboradores repartidos por todo el mundo, pero -al más puro estilo del periódico Granma- no mencionan el nombre de ninguno. “Cada uno de ellos -continúa diciendo el también anónimo editorial- utiliza tres criterios para evaluar quién está dando forma al desarrollo del arte contemporáneo en su localidad: que las personas en cuestión hayan estado activas durante los últimos 12 meses; que lo que hagan esté dando forma al tipo de arte que se produce actualmente; y que su impacto pueda considerarse global y no puramente local”; y yo me pregunto qué estarían fumando los 30 misteriosos panelistas cuando creyeron ver cumplidos dichos requisitos en gente como Anna Tsing (#2), antropóloga feminista que sueña -financiada con 5 millones dólares para sus investigaciones- con las deliciosas posibilidades de la vida en las ruinas del patriarcado y del capitalismo; Cao Fei (#7), artista china nostálgica de la revolución cultural maoísta -equivalente asiático del Kcho fidelista-, que lejos de criticar al sistema totalitario chino la emprende contra el impacto de las influencias capitalistas norteamericanas y japonesas en su país; Karrabing Film Collective (#8), 30 indígenas australianos que combaten con las cámaras de sus modernos móviles el colonialismo estatal que les paga los estudios y becas de 25000 dólares; el arqueólogo David Wengrow (#10), otro socialista trasnochado que sostiene que las culturas indígenas inventaron la democracia, pero que los malvados europeos les robaron la idea, y que la salvación futura de la humanidad radica en la condonación de todas las deudas -vaya, que la deuda es impagable-; o Achille Mbembe(#14), filósofo camerunés graduado de historia de África en la Sorbona, que opina que los palestinos son buenos, los judíos malos y los blancos lo peor del universo; aunque -cómo no- prefiere vivir y dar clases en Paris y Nueva York y no en Africa o en Palestina; por sólo citar algunos de los miembros de esa élite de feminazis, heterofóbicos, ecolohistéricos, supremacistas negros, genios del selfie y socialistas de caviar que conforman los Power Rangers del arte, hasta llegar al puesto número 100, ocupado por Mark Zuckerberg -que ya me dirán ustedes qué diablos pinta en el arte, a no ser que censurar pezones y vaginas sea importante para su evolución-; tan humilde e infinitamente correcto él que, probablemente, pagó a la revista para ocupar el modesto último lugar.
Por eso no es de extrañar que incluyan a Otero Alcántara y a Yunior García en el puesto 88 de las 100 personas más influyentes del arte mundial; aunque viendo lo rigurosa e imparcial que es su selección, daba lo mismo que los pusieran en el número 8.
Llámenme conspiranoico si quieren, pero no me podrán negar lo sospechosa o cuando menos curiosa que resulta la relación existente entre el lenguaje del arte moderno y la jerga actual de la izquierda política que develan ciertos términos que tanta desconfianza y cautela incitan, como apropiación, intervención, instalación y montaje; sinónimos todos de manipulaciones, embelecos, artificios y artimañas. ¿No es acaso una performance escenificación -o como diría La Lupe, falsedad bien ensayada, estudiado simulacro-, al igual que todo discurso político?
Históricamente, la cultura siempre ha servido como divisa del poder político, pero en este siglo 21 -majá o serpiente y dinero, en la charada china- donde el valor real en oro y plata del dinero ha sido escamoteado por bancas y gobiernos y sustituido por su representación virtual en ceros y unos, tampoco el arte necesita ya poseer verdadera calidad para ser valorado como tal y cotizado en el mercado internacional. Cualquier individuo puede ser considerado artista, estrella o incluso genio si lo grita bien alto y alguna “venelable institución cultulal” le hace eco y legitima, aunque no haya trazado o escrito una sola línea en su vida. De hecho, mientras menos talento e intelecto posea el supuesto creador, más valor e importancia le conceden esas instituciones, revistas y “autoridades” que cortan y reparten el bacalao de la cultura mundial. Y es que los artistas e intelectuales sin talentos ni criterios propios son mucho más fáciles de manipular y apuntar hacia cualquier dirección que interese a los poderes económicos y políticos que los fabrican o alquilan.
Reguetoneros sin voz ni conocimientos musicales, artivistas que no saben dibujar y dramaturgos que no saben escribir, son más baratos de producir y manejar que verdaderos músicos, artistas y escritores y, como no poseen más ética ni poética que las del dinero y del éxito, se les puede usar como marionetas para reproducir el mensaje subliminal de cualquier ventrílocuo político.
Resulta más rápido y menos riesgoso clonar el aspecto o apariencia de un líder afín, que invertir pacientemente en uno auténtico y esperar con los dedos cruzados a que no cambie de ideas o de bando sobre la marcha. Es más útil y eficaz disfrazar al lobo de oveja, al comunista de progresista, al totalitarista de demócrata, al lacayo de presidente, al ñame de ministro, al comisario de curador, al chivato de opositor, y al futuro espía de héroe.
M Aldito Menéndez es artista cubano. Figura emblemática del arte cubano de los ’80.
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