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sábado, marzo 23, 2024

NEWS de la farandula / Carlos Manuel Álvarez y Mabel Cuesta se hacen pasar por negros

 


Carlos Manuel Álvarez y Mabel Cuesta, el primero pelandrujo y ella deseando ser prieta no comentan cômo es que la suerte les lleva a tal evento, menos quién financia su presencia, pero Don caraandante suelta su leyenda, siempre sobre el huevo! 



En la leyenda tampoco explica cômo vive en el exilio sin trabajar, si llamamos a esto una excepciôn de paripé para viajar,
y el fondo que entra por premios zurdos, quizàs reciba el de el ENGREIDO DEL SIGLO,  por suerte esta rîdicula
crônica nos acerca a la vanidad extrema.



 
He venido a San Juan, Puerto Rico, a participar en la Cumbre Afro 2024. Junto a las colegas Mabel Cuesta y Dachelys Valdés Moreno, compartí una mesa titulada «Las islas que se vacían: el caso de Cuba». En el público, durante la ronda de preguntas, un hombre negro nos descalificó por ser blancos, incluso a Dachelys, mujer negra, quien tampoco representaba al señor porque tenía lo que él consideraba «pelo bueno».

Hace meses, en la charla de cierre de la Feria del Libro de NYC, me sucedió tres cuartos de lo mismo. Compartí espacio con tres mujeres y una de las colegas de repente comenzó a distinguirme porque parecía que me comportaba como hombre blanco, ya que usaba lenguaje «elitista» o mencionaba autores, es decir, tiraba de mi modesta genealogía o mi tradición particular.
Meses después coincidí en Lyon con esta colega e hicimos las paces y luego compartimos hongos en una noche cartagenera y nos reímos de nuestra batallita. Pero el asunto es otro: la identidad cerrada y, de fondo, ¿quién la decide?, ¿quién clasifica?, ¿quién se beneficia? Hay en las instituciones académicas y circuitos intelectuales de Occidente todo un entramado de subalternidades aparentemente anticapitalistas que andan a la búsqueda constante de un opresor, indagan alrededor, identifican aquello que más se parece a lo que necesitan y con ese dispositivo articulan su discurso de reivindicación. No intento usurpar o travestirme con la identidad de nadie para obtener un poco de misericordiosa comida o un puesto en la mesa del amo. De hecho, entrego gustoso mi propia identidad al despedazamiento y al mejunje con el otro. He dicho muchas veces, en muchos eventos, que estoy en contra de que siempre pongan a dialogar a un cubano con un venezolano y un nicaragüense, sencillamente porque eso no es un diálogo, sino una superposición de quejas. Prefiero que nos diseminen y que nuestras realidades políticas escapen de sus cajas de resonancia y cortocircuiten con otras cosas que hay fuera de nosotros. Así son más efectivas. Pero bueno, esto es un automatismo y también un negocio. Hay bisne y hay autoindulgencia. En ese sentido, agradezco conversar en una mesa con tres mujeres y también en una cumbre afro, y no tengo que sacar mi ficha de identidad, como si se tratara de un country club al revés, para obtener un permiso que me autorice a pensar. Por supuesto que no creo en la apropiación cultural, todas esas identidades son lo suficientemente fuertes, no hace falta que la protejan de esa manera, con ese grado de subestimación, desde ninguna Ivy League y sus sucursales. Si sobrevivieron al exterminio, a la esclavitud y a la conquista, no hay modo de que un blanco con cuatro plumas en la cabeza, con un poncho o con un elegguá en la puerta de su casa les provoque daño alguno. El problema es que el poncho, las cuatro plumas y el elegguá los queremos llevar nosotros, para que nos fetichicen y ganarnos cuatro pesos por representar nuestro papel local, un papel único, esencialista. Hay mucha gente por ahí que quiere ser negro, o indio, o judío, o tener seis dedos en una mano y tres orejas, solo para lavar culpa colonial. Te doy un espacio, dice el blanco, y queda limpia mi conciencia. Pero no le discutas al blanco su vocación de entomólogo, todo el mundo en su lugar, que nadie se me mezcle, todo el mundo afincado en lo suyo, que nadie se articule, todo el mundo sufriendo en su pedacito, que eso es lo que necesitamos, y luego, puro, incontaminado, él, llevando las riendas de la conversación. Porque lo que el blanco necesita es seguir siendo lo que es, y para eso hace falta que todo el mundo sea lo que se la ha dicho que es y nada más. Todo específico, hiperlocalizado, es decir, inofensivo. ¿Y el pobre? ¿Qué pasó con él? ¿Ya no hay? He tenido una ventaja en ambos eventos en los que no parezco directamente una víctima, y es que tampoco soy un Hombre Blanco. Y si no eres víctima, parece decir el otro, entonces tienes que ser opresor. Tengo mi propia lista de agravios, puedo mencionarla, pero eso no es lo que me entrega el derecho a hablar o a escribir. Haber sufrido no me hace un escritor, me hace un escritor única y exclusivamente lo que mis posibilidades me permitan producir con mi sufrimiento, la forma que yo le encuentre a eso, no la transcripción de mis desgracias. O sea, no lo que hicieron de mí, sino lo que hago con lo que hicieron de mí. No es que soy un exiliado, es lo que devuelvo o cómo respondo a partir de esa condición. Le contesté algunas cosas al hombre negro que en la charla de hoy en Puerto Rico nos discriminó, desde luego. Cuando dijo que mi colega negra no era muy negra porque tenía el pelo bueno, recordé, era fácil hacerlo, a Aimé Césaire cuando dice que el alma negra es una construcción del hombre blanco. O a Fanon: piel negra, máscaras blancas. No hay que ir muy lejos, los maestros están ahí. Los simposios se llenan la boca hablando de ellos, pero para traicionarlos. Decir que el pelo de un negro es lo suficientemente bueno como para que ese negro sea un negro de verdad, es asumir que hay en el pelo o bien una cualidad estética o bien una condición moral. Es decir, es asumir el orden segregativo blanco. No se puede ceder a estos chantajes, a estas caricaturas que son tan funcionales a aquello que tantos activistas creen oponerse. Agradezco mucho la invitación que me extendió la Cumbre Afro 2024, y vine con responsabilidad, pero sin comportarme como un intruso, porque no lo soy. Dije que hablaba como mensajero, porque los que tenían que conversar ahí, que era dos amigos míos negros, estaban presos, y lo estaban única y exclusivamente por ser negros. Con Mabel Cuesta, quien fue mi interlocutora en la conformación de esta charla, pensamos la posibilidad de traer a Denis Solís, ya que el año pasado le pedí al Museo de la Virreina en Barcelona que lo invitara a contar lo que tenía que decir. El Museo lo invitó y fue un evento emocionante. Recién me propusieron formar parte de una antología de cronistas latinoamericanos donde cada uno tiene que escribir de otro país, no el suyo. Exactamente eso es lo que me gusta a mí....

quién financia a estos estafadores?

La mulata Dachelys Valdés Moreno tuvo que soportar que no la consideraban una mezcla, pero se aguanta pues es del mismo programa


Cortesía de Hope y Dachelys
 
Hope (izquierda) y Dachelys con su hijo. La pareja no se considera “tan transgresora o diferente”. FOTO DE  

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