Por Rogelio García
Uno de los problemas más acuciantes que enfrentamos, quizás como herencia insidiosa del socialismo, es la falta de carácter que muchos emigrantes-exiliados cubanos exhiben sin previo aviso. Esta debilidad, tan predecible como el café de la mañana, se manifiesta especialmente entre los autodenominados intelectuales, escritores y artistas, quienes han caído en desgracia y, con ellos, arrastran un miedo profundo y una autocensura que se han enquistado en su comportamiento.
En la era de las redes sociales, donde la valentía es tan abundante como un buen pan en Cuba, este temor se ha normalizado. El uso de mensajerías y mensajes privados ha reemplazado el coraje de expresar opiniones abiertamente. ¿Por qué exponerse al escrutinio público cuando puedes susurrar en privado?
Este fenómeno, digno de un estudio antropológico, cobra relevancia a raíz de un incidente reciente en el portal "Hoy no ha visto el paraíso", donde se comentó uno de mis últimos posts. Una tal "La Arquera de Cuba" (Madeline Pedroza) sugirió, con la sutileza de una flecha al corazón, que modificara un comentario, alegando que no todos los participantes en Artefactus compartían la misma calaña izquierdosa y uneaca. Claro, porque nada dice "integridad" como defender a dos personajes ataviados con camisas de rayas y cuadros.
El verdadero problema aquí radica en la falta de valor para defender opiniones de forma pública. Este modus operandi, lejos de ser exclusivo de esta señora, refleja una mentalidad más amplia. "La Arquera", como se hace llamar, tiene un aire que recuerda a nuestros ancestros taínos, aunque su posición ha oscilado más que una veleta en un huracán. De ser defensora de los viajes a Cuba y del intercambio cultural, se ha convertido en una ferviente anticastrista desde el J11. Pero, no olvidemos su entusiasmo al celebrar la llegada a la Feria del Libro de Tampa del séquito oficialista liderado por el síndico López Sacha.
"Nemo potest mutare factum"