La manía izquierdista de la novísima disidencia
Los novísimos opositores de izquierda, a falta de talento, lo aparentan, manejando un lenguaje metatrancoso, salpicado de abundantes citas de filósofos griegos, de Marx, Gramsci y los sociólogos de la Escuela de Frankfurt
LA HABANA, Cuba.- De Yunior García Aguilera me sorprendió, como a todos, su apresurada partida a España, facilitada (digan lo que digan) por el chantaje de la dictadura. Lo que no me cogió por sorpresa fue su devoción por la izquierda que no se cansa de proclamar. En realidad, nunca la ocultó. En esa devoción se basaba su esperanza de que, apelando a la Constitución, al leguleyismo castrista, las instituciones de la cultura oficial y solicitando la mediación de Silvio Rodríguez, terminaría por convencer de las buenas intenciones de la Marcha Cívica a la dictadura que todavía llamaba “revolución” y consideraba reformable.
Conozco en la disidencia a muchos así, pricipalmente jóvenes y con pretensiones intelectuales. Son esos disidentes que antes de entrar en materia anticastrista -si es que alguna vez entran y no se van antes por las ramas y se quedan enredados en ellas- creen necesario, imprescindible, declarar que son de izquierda, anticapitalistas y que aspiran, como si eso fuera posible, a un socialismo democrático y participativo.
En la plataforma Archipiélago abundan esos que, justo cuando el oficialismo arreciaba el barraje de su artillería contra ellos, atribuyéndoles siniestras intenciones a la marcha cívica, trataban de justificarse explicando que no eran de ningún modo “contrarrevolucionarios”, creían en la perfectibilidad del socialismo castrista y estaban en contra del embargo, que invariablemente llamaban “bloqueo”.
La novísima disidencia se opone al régimen de la continuidad inmovilista, por considerarlo desfasado y fallido, pero no rompe con los esquemas ideológicos del socialismo castrista, sigue atrapada en ellos, apropiada de su discurso y su metarelato, sin acabar de sacarse del alma a Fidel Castro y Che Guevara.
En Cuba, la manía izquierdista viene de lejos en la historia. En la República, luego de la revolución de 1930 contra la dictadura de Machado y hasta el triunfo de la insurgencia fidelista, en el espectro político predominó la izquierda. Y no me refiero precisamente al PSP (Partido Socialista Popular). Tanto los auténticos de Grau como los ortodoxos de Chibás eran de izquierda, socialdemócratas. Hasta Batista, que no dudó en pactar con los comunistas, fue alguna vez de izquierda.
Y luego vino el atontador bombardeo de adoctrinamiento ideológico al que han estado sometidos más de tres generaciones de cubanos durante los 62 años del régimen castrista.
No olvidemos que algunos de los más prominentes líderes de la primera oposición (Elizardo Sánchez, Manuel Cuesta Morúa, Vladimiro Roca) provenían de la izquierda.
En la mayoría de los casos de los novísimos disidentes, si no es producto de una confusa indigestión ideológica ese radicalismo izquierdista es pura pose esnobista, oportunismo. Sinvergüencería del hombre nuevo. Alharaca para llamar la atención mediática, pero sin quemar las naves, quedando bien con los muertos y no del todo mal con el matador.
Y hablo de la mayoría de los casos, porque en otros, el surgimiento de ciertos personajes es jugada preparada por el régimen para crear, a su imagen y semejanza, una oposición leal que esté disponible cuando necesite usarla para simular una apertura.
Muchos jóvenes, intoxicados desde la escuela primaria por el adoctrinamiento castrista, aunque se lo propongan, no disponen de otro discurso al que echar mano que no sea el que escucharon desde niños, cuando eran pioneritos por el socialismo. Por eso se apropian y replican con fervor de catecismo ese discurso.
Les crea sentimiento de culpa, cargo de conciencia, asquitos, que alguien pueda pensar que están a la derecha. Consideran que ser conservador abochorna, es de mal gusto, demodé. En cambio, ser progre, de izquierda, es chic, tiene onda.
La derecha, tan poco fotogénica, no parece conseguir tener la razón ni siquiera cuando efectivamente la tiene. La izquierda, que lleva la mejor parte en la guerra de los símbolos, luego de recomponerse como pudo de la debacle que significó el derrumbe del comunismo soviético en Europa Oriental, se apropió de causas de buen ver como el feminismo, el anti-racismo, el matrimonio igualitario, el multiculturalismo, el ecologismo. No importa si después que llega al poder se convierte en tiranía y tira esos temas por la borda. Hasta la justicia social queda relegada solo a los discursos.
Los novísimos opositores de izquierda, a falta de talento, lo aparentan, manejando un lenguaje metatrancoso, salpicado de abundantes citas de filósofos griegos, de Marx, Gramsci y los sociólogos de la Escuela de Frankfurt.
Estar a la izquierda, mostrarse como tal, les abre las puertas de los medios académicos e intelectuales en medio mundo. Con un poco de suerte, les lloverán los premios, las becas y los reconocimientos. Y si no los hay, no se dan por vencidos. Los lucharán denodadamente. Para autoalabarse y darse bombo no necesitan de sus abuelitas. Luego de tanto ninguneo colectivista, si de algo no carecen estos personajes de las nuevas disidencias es de petulancia, engreimiento y autosuficiencia. Se creen cosas y dándose ínfulas, haciéndose los sabihondos, los irreverentes, hablan, y escriben, hasta a veces bien, sin que alguien les haya pedido su opinión de lo que es y de lo que no es, de lo que saben y de lo que no. Lo demás es robarse el show. Y en eso, son expertos.
Algunos de estos personajes que lamentan los quieran expedientar como contrarrevolucionarios y “gusanos” (¡qué horror!), proclamándose anticapitalistas y socialistas, buscan raros posicionamientos políticos: bakuninistas, trostkistas, titoistas, etc. Y como si a alguien le preocupara su filiación sexual y las ideologías tuviesen que ver con el culo, presumen de ser pájaras y quir (así, no queer, para que no los crean pro-yanquis).
A cada rato, lanzan alguna piedrecita contra los Estados Unidos. Se encargan de recordarnos constantemente la conquista del Oeste, las bombas atómicas contra Hiroshima y Nagasaki, los años de la segregación racial, la guerra de Vietnam. Les disgusta el american way of life. Pero eso es hasta que los dejan salir y van a parar a Miami.
Ya afincados en Miami, en México, Madrid, o donde sea, con la entrada a Cuba garantizada, siguen abogando por la izquierda y el socialismo, y hasta se muestran más comprensivos con “los defectos y los errores” del régimen castrista, que aseguran funcionaría mejor si no fuera por la hostilidad de los gobiernos norteamericanos.
¡Y con tanta payasada todavía quieren que los tomen en serio y los respeten!
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