martes, marzo 25, 2025

La sombra del lenguaje del G2 cubano nos persigue

 


Amados,
La sombra del lenguaje del G2 cubano nos persigue...
Si algo no ha faltado nunca en la historia de los cubanos —dentro o fuera de la isla— es el teatro. Hubo, hay y seguirá habiendo un Cabildo escénico, en cuyas bambalinas se mueven silenciosos apuntadores ideológicos, directores de escena disfrazados de jueces morales, y actores principales que nunca abandonan del todo su papel. El G2, por supuesto, continúa dirigiendo la función con mano invisible, modulando el ritmo, determinando los gestos, marcando los silencios.
Lo que resulta más inquietante, sin embargo, no es la persistencia del aparato, sino su capacidad de penetración simbólica: su discurso se ha trasvasado al exilio, como si la distancia geográfica no significara una verdadera ruptura. En nombre de la patria ultrajada, de la libertad o de la causa, muchos de los que huyeron terminan repitiendo, palabra por palabra, la retórica de quienes los persiguieron. Acusan con fervor, denuncian con sospecha, excluyen con idéntica intensidad: “traidor”, “vendepatria”, “agente infiltrado”. Es la gramática del miedo trasladada de escenario, pero no de intención.
Quien observa desde la atalaya del archivo —porque toda revolución es también una cuestión de archivos— entiende que este fenómeno no responde a simples contradicciones personales, sino a una estructura mental profundamente condicionada. El que se quedó en la isla construyó su identidad sobre la necesidad de pertenecer. El que se marchó, muchas veces, no ha sabido liberarse de las coordenadas simbólicas del enemigo. En ambos casos, el discurso del G2 sobrevive como una lógica de clasificación moral: “estás conmigo o estás contra mí”.
Desde una lectura antropológica —que rara vez se permite en medio del fragor mediático— esta deriva revela un patrón tribal que la Revolución ha sublimado como ética. El revolucionario no se define por lo que propone, sino por a quién excluye. El exilio, en lugar de subvertir esa lógica, muchas veces la perpetúa. En nombre de la libertad, se juzga al disidente del disenso; en nombre del derecho a la crítica, se condena toda crítica que no venga del propio clan.
Y aquí surge la paradoja: quienes denuncian el G2 por haber controlado vidas, pensamientos, amistades y destinos, repiten sus métodos de clasificación moral. La acusación se ha convertido en un espejo, y ese espejo devuelve una imagen inquietante: el exilio replicando los códigos del censor. La culpa se desplaza, la responsabilidad se difumina, pero la violencia simbólica permanece intacta. No hemos desmontado el aparato; lo hemos introyectado.
¿La solución? Tal vez no haya una clara, pero al menos puede haber una toma de conciencia: el lenguaje que utilizamos no es inocente. Y cuando ese lenguaje es el mismo que se usó para encarcelar, dividir y callar, estamos, sin saberlo o sabiéndolo, prolongando la obra que fingimos haber abandonado. La escenografía ha cambiado, pero el libreto sigue siendo el mismo.
Y si quedaba alguna duda de que el guion del G2 se ha vuelto ubicuo, basta con asomarse a las riñas ideológicas de los cubanos en el exilio —trumpistas contra bidenistas— donde cada bando acusa al otro con idéntico repertorio: “tú estás con los comunistas”, “tú eres el verdadero agente”, “tú traicionaste a la causa”.
No importa quién gane la presidencia, el G2 ya ganó la disputa simbólica: ha logrado que nos vigilemos, que nos señalemos, que nos devoremos entre nosotros con las mismas palabras con las que una vez se justificaron delaciones, cárceles y silencios.

El viejo y la empatía

 


El viejo y la empatía
Fue un ídolo. Así, sin modestia. Ídolo de multitudes, líder de la FEU, militante ejemplar del PCC, gestor cultural , editor y defensor vociferante del pueblo (cuando le convenía, claro). Fue tantas cosas que se olvidó de ser alguien. Y en todo eso, la empatía... bueno, digamos que no era parte del manual revolucionario. Tempora mutantur, et nos mutamur in illis, el mundo cambió. Él también. O al menos eso dice, ahora que tiene tiempo para pensar.
¿Quién necesita empatía cuando se está en la cúspide de los ideales, cuando se habla desde podios y con voz grave sobre el destino del pueblo? La dignidad de algunos fue el precio del progreso de muchos. Y él pagó con gusto, como buen soldado de la utopía. Ducunt volentem fata, nolentem trahunt... y él fue, voluntario, al galope, convencido de que la historia lo absolvería.
Ahora es un viejo. No viejo cualquiera: un viejo con títulos, con entrevistas, libros, novelas, cuentos que nadie lee, con un archivo de sí mismo que se descompone en las estanterías de alguna casa cerrada. Un viejo que escribe narraciones —nombre elegante para lo que antes fue palabra sagrada— y que observa, entre resignado y divertido, cómo se le cae el techo encima, tempus fugit. A veces cree que piensa, pero sospecha que solo repite fragmentos de sí mismo.
Los ideales siguen ahí, pero se han puesto incómodos, como trajes de juventud. Él los observa, se los prueba en silencio, pero ya no le quedan. Como ex ídolo, contempla su propio desmoche sin drama, como quien ve podar un árbol que alguna vez dio sombra... y fruta para otros.
Quod erat demonstrandum, el final no sorprendió a nadie, salvo a él mismo. Moraleja: si ve la barba de su vecino arder, eche agua. O mejor, rásurese a tiempo. Porque el fuego no pide permiso y, créame, la gloria arde igual que la culpa.

lunes, marzo 24, 2025

La mentira y la propaganda socialista woke debe ser castigada y expulsada de las instituciones norteamericanas, y sobre todo del sistema de educación.

 



La mentira y la propaganda socialista woke debe ser castigada y expulsada de las instituciones norteamericanas, y sobre todo del sistema de educación.
Aquí tenemos al profesor Ted Henken de una universidad norteamericana en New York, usando su libre albedrío para mentir y esparcir la propaganda del partido demócrata, un partido radicalizado hacia la extrema izquierda, con clara postura antitrump, siendo parte de la maquinaria del globalismo socialista woke, adoctrinando a sus propios estudiantes con la mentira flagrante de que Donald Trump es un dictador equiparable con el asesino Fidel Castro y su totalitarismo criminal.
Por suerte, también tenemos la contraparte al engaño de estos propagandistas de la pedagogía neomarxista, al Senador republicano, cubano americano, Ted Cruz, que ha escrito un libro, titulado "UNWOKE" donde muestra como esta ideología neomarxista woke ha ido penetrando y socavando casi todas las instituciones norteamericanas con sus mentiras, su racismo, su intolerancia, su visión violenta, socialista, anticientífica y anticristiana.
Ojalá despidan lo antes posible a profesores como Ted que mienten y manipulan, porque:
Quien compara a un tirano asesino con un presidente tres veces electo democráticamente, (la última elección de manera aplastante contra el depravado globalismo socialista woke del corrupto y bipartidista deep state norteamericano), que no ha asesinado ni encarcelado a ningún oponente político ni a ningún periodista, que no ha cerrado ningún medio de prensa, ni ha torcido la ley a su favor, ni ha cambiado la constitución, quien compara a Fidel Castro con Domald J. Trump para igualarlos, solo deja muy claro su odio, su mala fe y su ignorancia.

Una historia que no prometa nada

 


POR El ciclon de Ovas El Hombre Invisible 

Amados,
Dispense la extensión, me queda poco tiempo…
Desde hace más de sesenta años, Cuba no camina hacia el futuro: lo ensaya. Cada mañana, cada acto, cada desfile, cada ritual de masas, parece una repetición general de una historia que se promete definitiva, pero nunca se termina de estrenar. La Revolución, desde 1959, ha sido menos un proceso que un tiempo: un tiempo denso, manipulado, prolongado artificialmente para impedir que lo real entre por las rendijas de la historia.
Las multitudes cubanas no son simplemente masas políticas. Son coreografías del tiempo. La agrupación en sindicatos, federaciones, comités; la movilización por fechas patrióticas, aniversarios de discursos, festivales, desfiles y hasta marchas por la diversidad sexual —en nombre de Fidel— son parte de una liturgia que transforma el presente en una sala de espera. Una sala colectiva. Un aeropuerto sin vuelos.
Muchos han querido explicar este fenómeno desde la teoría: el totalitarismo, el populismo, la ideología, el culto al líder. Pero ninguna de esas ideas termina de captar el misterio de la inmovilidad activa que rige la vida cubana. Porque no se trata sólo de obedecer. Se trata de participar en algo que se promete grandioso y colectivo, aunque no sepamos muy bien qué es. Se trata de dejarse arrastrar por una marea que no avanza, pero que sigue en movimiento. De ahí que la historia cubana de los últimos sesenta años no pueda narrarse como una línea ni como un ciclo. Es más bien una especie de remolino temporal: gira sin llegar a ningún lado.
Elias Canetti lo intuyó cuando escribió "Masa y poder". Observó que las masas no piensan, no deliberan, no negocian: arden. Pero esa combustión no genera historia, sino una experiencia intensa de lo efímero. Las masas se sienten eternas mientras duran, pero en cuanto se disuelven, el individuo regresa al vacío, a la dispersión, a la espera. En una "suite" para la espera. En Cuba, ese ciclo entre exaltación colectiva y vacío personal ha sido convertido en método de gobierno.
No importa si se trata de una zafra, una misión médica, un concierto por la paz o una jornada de trabajo voluntario: lo que se busca es fabricar un “nosotros” vibrante, fervoroso, comprometido… aunque sea sólo por unas horas. Luego volverá el tedio, el apagón, la escasez, la soledad. Pero, por un momento, se habrá sentido algo parecido al sentido. Ese es el truco: darle sentido a la vida a través de tareas históricas que no cambian nada. Convertir el aburrimiento en heroísmo. Transformar el sinsentido en un acto colectivo. De ahí la frase incólume: ¡Somos Fidel! La imagen de Fidel temporalizada en un nosotros, en un colectivo.
En esa Cuba, el tiempo personal estorba. La intimidad no tiene prestigio. La subjetividad no se tolera. El individuo que se pregunta para qué vive, qué desea, adónde va, qué teme, es visto como una anomalía, cuando no como un traidor. El sujeto existencial cubano —el que Dostoievski encierra en un agujero a pensar en la farsa de la historia— no tiene lugar en la Plaza. Porque la Plaza necesita a cuerpos que se levanten, levanten pancartas, levanten el puño. Lo otro —la introspección, la duda, la desgana— no sirve. No construye. No conmueve.
Y sin embargo, ese sujeto sigue allí, latiendo bajo las consignas, escondido en los márgenes, fingiendo que cree, que canta, que grita, cuando en realidad ya no espera nada. Es ese el verdadero drama de la Cuba actual: no la represión, no la miseria, no el exilio forzoso —que también—, sino la sensación colectiva de que el tiempo ha sido secuestrado. Que el futuro fue confiscado por un relato que se niega a morir. Que la historia se ha vuelto una prisión emocional donde todos participamos del encierro.
La revolución prometió un tiempo nuevo, justo, luminoso. Pero lo que construyó fue una administración perpetua del ahora. Un ahora sin fisuras, sin mañana, sin fin. Por eso no hay reforma que funcione, ni apertura que dure, ni promesa que sobreviva. Todo está atrapado en una atmósfera de provisionalidad eterna, como si la isla hubiera firmado un pacto con la espera.
Y no es casualidad que el culto al tiempo colectivo venga acompañado por un rechazo feroz a todo lo que huela a individualidad. El deseo personal, la empresa propia, la religión íntima, la escritura libre, el amor no normado, la migración del alma, son vistos con recelo. Son peligros que podrían romper la ilusión de la unidad temporal. Porque quien se atreve a tener su propio reloj, su propio calendario, su propia urgencia, ya no encaja en la coreografía nacional.
En los últimos años, sin embargo, esa coreografía se ha vuelto cada vez más forzada. La música suena, pero ya nadie baila con ganas. Se marcha, sí, pero con los ojos vacíos. Se grita, pero sin ardor. Se finge creer, pero ya ni siquiera se sabe en qué. La historia ha perdido su encanto. Y el pueblo, aunque no lo diga, lo sabe.
Es allí donde entra el escritor, el exiliado, el testigo. No como redentor ni como guía, sino como aquel que recuerda que hay otras formas de narrar el tiempo. Que la historia no tiene por qué ser una repetición de actos simbólicos. Que la vida también puede ser privada, errática, finita, incluso inútil… pero verdadera.
Uno de esos escritores, exoriginista, ha situado su mirada en un rincón simbólico llamado Playa Albina. En esa tierra ficticia o real, se condensa la tragedia del tiempo cubano: el intento de convertir cada gesto cotidiano en epopeya. El delirio de prolongar la Revolución como si fuera una ópera interminable. El temor a que se apague el aplauso y quede el silencio.
El peligro no es que el régimen continúe. El peligro es que el alma cubana olvide cómo es vivir sin un régimen. Que no sepa qué hacer con su tiempo si no se lo dicta una consigna. Que el tedio no sea comprendido como libertad, sino como vacío.
Por eso la tarea no es sólo política. Es temporal. Hay que reconquistar el tiempo. Hay que aprender a vivir sin aplausos forzados, sin tareas asignadas, sin fines históricos. Hay que rescatar el derecho al aburrimiento, a la pausa, al fracaso. Hay que recordar —con el hombre del subsuelo— que a veces lo más humano es simplemente no querer ser útil. No querer marchar. No querer cantar. No querer ser parte de nada.
Porque sólo desde ese vacío, desde ese abismo íntimo que la Revolución quiso borrar, puede surgir una historia otra. Una historia que no prometa nada, pero que al menos no nos robe el tiempo.
Puedo seguir extendiéndome en más consideraciones de este tipo, pero ya no hay tiempo y puedo aburrirlo. No quiero colectivizarlo. Me han dado al leer una obra de Hermann Broch, "La muerte de Virgilio", y en esa obra se encuentra todo lo que se podría considerar sobre el concepto del tiempo. Tal como se dice en el texto: "El tiempo no se detiene, ni siquiera en la muerte; su curso es irreversible, y nos arrastra, mientras nosotros luchamos por darle sentido a lo que no tiene."

moral


El exhibicionismo moralista es siempre justo lo contrario de la auténtica moral.

esto no necesita traductor


¿Alguien sabe si algunos de los medios de la "prensa independiente" han publicado la 2da carta de Valladares sobre los fondos usados por la Asamblea de la Resistencia Cubana, que por años lleva dirigiendo Orlando Gutiérrez Boronat?
Hay mucha denuncia en ese documento que debe ser debidamente aclarado.
¿Se volverá a tapar este escándalo?
¿Diario de Cuba?
¿Martí Noticias?
¿Cibercuba?
¿Cubanet?
¿14 y Medio?



 Por El ciclon de Ovas El Hombre Invisible


Amados,
El embajador Valladares, correcto y puntual, publicó la cartica que le mandó al Secretario de Estado. Ahí está, clarita como el caldo de un asilo: directa, precisa y sin perder la compostura diplomática. Nada que comentar, ¿pa’ qué? Si uno comenta, hasta parece que está traduciendo, y esto no necesita traductor.
Ahora bien, ya que estamos en confianza, yo solo le pondría una coletilla —con el permiso del embajador, claro—: ¿y las demás fundaciones qué? ¿Dónde están los resultados de los millones que se tragaron durante años a nombre de la “transición”, la “democracia”, los “valores” y el etcétera eterno? Porque, mi hermano, aquí todo el mundo ha cobrado menos la libertad. Eso sí: informes, eventos, publicaciones con fotos, entrevistas y hashtags... pero de efectos reales, ni pío.
No se trata solo de apuntar a la tiranía —que ya está más que retratada—, sino de mirar también pa’ los que han vivido sabroso de la desgracia ajena, fundando instituciones con nombre rimbombante, pero que no resuelven ni una cola en Güines. ¿Auditoría colectiva? ¡Pues claro! No solo al Directorio, que incluyan a las otras instituciones cubanas que llevan años en el mismo guion: llorar en Washington, brindar en Bruselas y luego dictar cátedra en Miami sobre “la lucha”. No las voy a nombrar —la discreción es una forma de misericordia—, pero tú sabes quiénes son, yo sé quiénes son, y ellos también saben que ya no engañan ni al espejo.
Así que, nada, ahí está la carta. Léanla, compárenla con la realidad, y si sienten que algo huele a podrido, no es Dinamarca: es el teatrico cubano de siempre, con los mismos actores, el mismo libreto y el mismo presupuesto... pero sin función final.
We, the people, need an answer. You don't play with the American taxpayer's money